Miércoles 6 de Agosto, 2008.-
Desde hace varias semanas, mi amiga Verónica había insistido en que hiciéramos un pequeño viaje al terreno de su madre, con el afán de darnos un buen relax y de paso aprovechar para hacer algunas fotografías de los parajes y enviárselos a su tía Antonia. Así pues, muy temprano, junto a Isaías - quien también fue invitado - viajamos hacia la ciudad de Tonacatepeque, en cuyas afueras se encuentra este pequeño paraíso llamado El Camino de Damasco, donde mi amiga nos llevó. Ella además había insistido en viajar por una ruta que yo no conocía, pues para llegar a la ciudad de Tonacatepeque, a quien prometo dedicar una nota más adelante, existen tres rutas. La más conocida, viajando por la Troncal del Norte pasando por San José las Flores; otra, viajando por el norte de la ciudad de Soyapango, de donde este Blog y su servidor orgullosamente somos oriundos; y una tercera, viajando desde San Martín. esta última, era la que nuestra amiga deseaba que yo conociera, pues como ella bien sabe, disfruto mucho de las callecitas angostas, llenas de verde y de campiña. En efecto, nos hizo una buena carretera, con chuchos y reses deambulando por la calzada, y un clima lleno de frescura y tranquilidad. Tras unos 15 minutos de viaje, arribamos a Tonacatepeque, donde hicimos una parada para comprar unas deliciosas pupusas para desayunar y de paso, aprovechamos Isa y yo para echar un vistazo a la hermosa iglesia de la localidad, la cual es dedicada a San Nicolás Obispo, una hermosa obra de mampostería y cal viva que data de fines del siglo XVII. Dejamos la ciudad, y tras un par de minutos de viaje por la ruta que conecta por la Troncal del Norte, llegamos a nuestro destino. El Camino de Damasco, es un proyecto de Doña Amelia, la madre de mi amiga que busca en el mediano plazo, ser un sitio de encuentro con Dios, un lugar para el retiro, la conversión, la reflexión y el estudio de la palabra en un espacio apartado del ruido y libre de cualquier distracción mundana. Además el lugar tiene su historia particular, ya que en los tiempos de la guerra civil, este lugar, el cual se halla sobre una pequeña colina fue utilizado por ambos bandos como punto de vigilancia, y según cuentan los habitantes del lugar, se presume que en las ruinas de la casa que aún se está reconstruyendo, se realizaban torturas de militantes y civiles capturados, además se han encontrado casquillos de bala en el subsuelo y se pueden ver algunos agujeros en las paredes ocasionados por la metralla de otros tiempos. Según me detalló Verónica, a quien agradezco por el dato, el nombre le fue otorgado basado en la conversión de San Pablo; así que le viene a bien este nombre a un lugar que será consagrado para acercar más al hombre con su creador.
Tras un rico desayuno con pupusas, café y pan dulce, emprendimos una caminata por el lugar para tomar fotografías de las flores, los árboles y los cultivos que hay en las parcelas de la propiedad; los cuales forman hermosos paisajes con el Volcán de San Salvador y el imponente Guazapa de fondo, del maizal en flor, del frijol y de la huerta de pipián, todos parte de nuestra dieta criolla; así como los 21 hermosos pinos que conforman un bello rompe vientos natural. Durante la travesía, fuimos escoltados por algunos miembros de la jauría que cuida la casa, la cual está compuesta por seis pintorescos miembros de la estirpe canidae; estos singulares canes, a los que llamo chuchos de monte, se ganan los mimos y la ración diaria de comida cuidando la propiedad de los amigos de lo ajeno. En lo personal, este cambio de aire, y el contacto con la tierra y el paisaje me vino a bien, disfruté mucho internarme en el maizal para fotografiarlo, disfrutar de la quietud que provee la campiña y obviamente la compañía. Luego de la caminata, almorzamos delicioso hasta quedar saciados, con tortillas de pueblo, que suelen ser más grandes y sabrosas que las que venden en la ciudad y un suculento plato de pollo guisado con ejotes y arroz. Luego del almuerzo y la digestión, ayudamos en algunas tareas en la casona, ya que trabajo es lo que sobra y manos lo que se necesitan para realizarlo.
A media tarde, tras admirar por última vez los paisajes, las flores y saborear la quietud, emprendimos el retorno a la ciudad, dejando atrás los maizales que en estos días embellecen la campiña Cuscatleca. Quiero dedicar esta nota a Doña Amelia por su proyecto el cual no dudo será pronto un lugar ideal para acercarnos más a Dios, deseo puro de nuestro Creador canalizado a través del sueño de nuestra anfitriona. Si algún lector desea saber más sobre este sitio, no dude en escribirme, con gusto le contactaré con su propietaria.
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